sábado, 4 de mayo de 2013

Cuento: El baldío


El baldío
Lee el siguiente texto:

El baldío
   No tenían cara, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada más que sus dos siluetas vagamente humanas, los dos cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la indiferencia más absoluta. Encorvado el otro, jadeante por el esfuerzo de arrastrarlo entre la maleza y los desperdicios. Se detenía a ratos a tomar aliento. Luego recomenzaba doblando aún más el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo debía estar en todas partes, ahora más con la fetidez dulzarrona del baldío hediendo a herrumbre, a excrementos de animales; ese olor pastoso por la amenaza de mal tiempo que el hombre manoteaba de tanto en tanto para despegárselo de la cara. Varillitas de vidrio o de metal entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oiría ese cantito isócrono, fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que allí parecía trepidar bajo la tierra. Y el que arrastraba, solo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el hombro del otro se enganchaba en las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces a tirones, mascullando alguna furiosa interjección o haciendo a cada forcejeo el ha… neumático de los estibadores al levantar la carga rebelde al hombre. Era evidente que le resultaba cada vez más pesado. No sólo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en los obstáculos. Acaso también por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le iría comiendo las fuerzas, empujándolo a terminar cuanto antes.
Al principio lo arrastró de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubiera podido ver los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revés. Cuando el cuerpo volvió a engancharse, agarró las dos piernas y empezó a remolcarlo dándole la espalda, muy inclinado hacia delante, estribando fuerte en los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de un auto en una curva desparramaron de pronto una claridad que llegó en oleadas sobre los montículos de basura, sobre los yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendió junto al otro. Por un instante, bajo esa pálida pincelada, tuvieron algo de cara, lívida, asustada la una, llena de tierra la otra, mirando hacer impasible. La oscuridad volvió a tragarlas enseguida.
Se levantó y siguió halándolo otro poco, pero ya habían llegado a un sitio donde la maleza era más alta. Lo acomodó como pudo, lo arropó con basura, ramas secas, cascotes. Parecía de improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldío o de la lluvia que no tardaría en caer. Se detuvo, se pasó el brazo por la frente regada de sudor, escarró y escupió con rabia. Entonces escuchó ese vagido que lo sobresaltó. Subía débil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera comenzado a quejarse con lloro de recién nacido bajo su túmulo de basura.
Iba a huir, pero se detuvo encandilado por el fogonazo de un relámpago que arrancó también de la oscuridad el bloque metálico del puente, mostrándole lo poco que había andado. Ladeó la cabeza, vencido. Se arrodilló y acercó, husmeando casi ese vagido tenue, estrangulado, insistente. Cerca del montón, había un bulto blanquecino. El hombre quedó un largo rato sin saber qué hacer. Se levantó para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo avanzar. Ahora el vagido tironeaba de él. Regresó poco a poco, a tientas, jadeante. Volvió a arrodillarse titubeando todavía. Después tendió la mano. El papel del envoltorio crujió. Entre las hojas del diario se debatía una formita humana. El hombre la tomó en sus brazos. Se gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo, y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante. Cada vez más rápido, corriendo casi, se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.
Augusto Roa Bastos, en Antología Personal,
México, Editorial Nueva Imagen, 1.981.
Actividades
1)       Según el cotexto del cuento, une las siguientes palabras con su significado.
Glosario:
  1.  Túmulo:                                           hediondez, mal olor.
  2.  Estribar:                                          despedir un olor muy malo y penetrante.
  3.  Halar:                                              que se repite en tiempos de igual duración.
  4.  Vagido:                                            sonido inarticulado de s y h.
  5.  Heder:                                             descansar una cosa en otra. Apoyarse.
  6.  Isócrono:                                         tirar, arrastrar con fuerza.
  7.  Siseo:                                               gemido o llanto del recién nacido.
  8.  Fetidez:                                           sepulcro levantado de la tierra.
Vocabulario:
a)      Al comienzo del cuento se afirma que los personajes son “iguales y sin embargo tan distintos”. Señalá dos pasajes breves del texto que justifiquen esa “igualdad” y dos que marquen la “diferencia” entre ellos.
b)      Señalá en el cuento no menos de cuatro palabras o expresiones que indiquen el momento del día en que se desarrolla la acción. Hacé lo mismo con expresiones que remitan al lugar.
Comprensión del texto:
1)      Respondé a estas preguntas sobre los personajes de “El baldío”:
a)      ¿Qué efecto te produce, como lector, la presentación de los personajes de las dos oraciones iniciales del cuento?
b)      ¿Cuáles son los dos primeros adjetivos utilizados por el narrador para identificar a cada uno de los personajes? Localizalos en el texto y subrayalos.
c)      Explicá oralmente la expresión “viajando a ras del suelo”. ¿Quién hace viajar a ese personaje? ¿Viaja realmente?

2)      El ámbito en el que suceden los hechos se presenta a través de imágenes. Marcá de qué tipo de imágenes se trata y justificá tu elección con citas del cuento.
            Visuales              Auditivas               Olfativas            Gustativas                Táctiles

3)      Buscá en el cuento por lo menos tres citas que pongan en evidencia:
a)      Que el hombre que es arrastrado por el otro está muerto
b)      Que el otro hombre (el que arrastra) actúa a escondidas.

4)      ¿En qué persona gramatical está narrado “El baldío”? ¿El narrador conoce más que el personaje? Da ejemplos que ilustren tu respuesta.

5)      La “carga” que arrastra el personaje le resulta cada vez más pesada. Señalá con una cruz a qué atribuye el narrador este hecho:

  • Al físico endeble del personaje

  • Al miedo

  • A las dificultades del terreno

  • A que la carga es muy pesada

  • A los kilómetros recorridos

6)      Teniendo en cuenta todo el episodio final del cuento, señalá qué sentimiento experimenta el hombre cuando escucha el vagido. Si lo creés necesario, proponé otras opciones.

                 Alegría      Miedo     Tristeza     Resignación     Vacilación     Rabia     Sorpresa

a) ¿Cómo se califica a “ese vagido”?

7)      En “El baldío” se utiliza dos veces el verbo arropar. Localizalo en el texto y comenta qué efecto se crea en uno y otro caso.

8)      Escribe un texto breve que responda a estas preguntas:

a)      ¿Por qué el cuento se llama “El baldío”
b)      ¿Se puede afirmar que el cuento tiene un final feliz? Explica tu respuesta, ya sea afirmativa o negativa.

Producción:
a)      Imaginá lo que sucedió inmediatamente antes de los hechos narrados en “El baldío” de Roa Bastos; lo cual es la causa de lo que se cuenta. Narrá esos hechos anteriores en no más de media carilla. Tené en cuenta dos situaciones básicas:

-        Un hombre esconde / entierra a otro a quien él ha matado.
-        Un hombre esconde / entierra a otro que ha sido muerto por un tercero.

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